Entre las luces nocturnas y el bullicio de la noche madrileña, hay un sonido que tranquiliza, un sonido histórico que se yergue entre la vida acelerada de la Madrid cristiana, un sonido sublime que viajó desde la vida madrileña musulmana hasta los tiempos de la Internet y las telecomunicaciones.

Hablo del sonido del agua, gota a gota cayendo a los pies de la que representa a la Tierra con su poderío.

Una estatua megalómana se levanta entre edificios y asfalto, una obra magnánima que ha visto crecer al pueblo que embellece, me refiero a la Fuente de Cibeles, casi tan glamorosa como la ciudad de Madrid.
Una obra que ha abrigado la esperanza de éxito infinito de la imponente ciudad la cual resguarda. Éxito premiado incluso en el fútbol madrileño pues ha tomado como símbolo de victoria a esta maravillosa creación imaginada y hecha objeto por el arquitecto Ventura Rodríguez.

Es un monumento histórico, de gran belleza y suntuosidad que al viajar a Madrid es imperdonable no visitar ya que, perderse el vistazo de esta obra es como dejar atrás una escena histórica inolvidable anclada a las ruedas de la gran carroza conducida por los emblemáticos leones de Cibeles.

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